Los frutos de calabaza bien conservados pueden durar perfectamente hasta seis meses, llegando hasta la primavera, para lo cual hay que realizar correctamente las operaciones de cosecha y almacenaje.
La cosecha de calabazas nos llegará a los 5 o 6 meses de la siembra, según la variedad y la zona de cultivo. Cuando los frutos maduran cambian de color y su piel se endurece, al mismo tiempo el pedúnculo –ese tallo que une los frutos a la planta– se ha ido acorchando, cuando se seque, indicará que la calabaza ya está lista para su recolección.
Una condición necesaria para la buena conservación es que las calabazas estén perfectamente maduras y sanas en el momento de la cosecha.
Se cortarán las calabazas con cuidado, evitando dañar el tallo y el fruto, utilizando una tijera de podar o un cuchillo y dejando un pedúnculo de varios centímetros, incluso un trozo de tallo sobre todo si queremos almacenarlas.
En la costa mediterránea es tradicional recoger las calabazas a finales de agosto o septiembre, en las tierras de interior un poco más tarde, pero siempre antes de las heladas fuertes.
Una vez cosechadas hay que evitar golpearlas o dañarlas en el trasporte y manipulación. Los frutos que no han madurado bien, los que tienen heridas y los que han sido expuestos a heladas fuertes, no duran almacenados.
Postcosecha: Qué hacer antes de almacenarlas
Antes de guardar las calabazas es conveniente realizar un curado de las mismas. El objetivo es proporcionar un ambiente favorable para que las heridas que puedan tener cicatricen, y también que se pierda una parte de agua con lo cual se mejora la conservación.
Comenzamos el curado en el campo, cortando el riego unas semanas antes de la cosecha, después se dejan secar un día al sol en la misma parcela y finalmente, ya en casa, se dejan al sol –o a la sombra si la variedad es sensible al “planchado” de la piel– de quince a veinte días antes de guardarlas.
Pasamos al almacenaje y conservación de manera tradicional
En muchos pueblos mediterráneos era frecuente ver en invierno las calabazas arregladas en los balcones, a la intemperie, donde se guardan hasta su uso.
Normalmente las guardaremos en recintos cerrados. Para las zonas de almacenaje se buscan lugares bien ventilados, porque es importante conseguir una humedad relativa baja para evitar el desarrollo de podredumbres.
Allí se colocan apoyadas en tarimas o enrejados, para permitir una buena circulación del aire. Realizaremos inspecciones periódicas para comprobar que todo va bien.
Condiciones óptimas para el almacenaje
Las condiciones adecuadas que permiten mantener la calidad durante el máximo tiempo son temperaturas entre 12 y 20 ºC y una humedad relativa baja, entre el 50 y 70%. Si no podemos controlar el ambiente se pueden dar pudriciones que nos obligarán a tomar medidas para evitar que las calabazas continúen estropeándose, ya que una vez desencadenado el proceso no va a parar.
Además de las pudriciones, se pueden dar otras alteraciones en la conservación de las calabazas de invierno, como pérdida de peso, amarilleamiento o fibrosidad de la carne.
La conservación depende de las características genéticas de las calabazas y, dado que bajo este nombre se engloban tanto a C. maxima como C. moschata, caben diferencias entre especies como entre variedades por lo que habrá que ajustar el ambiente a nuestra variedad.
Créditos imagen gráfica: Josep Roselló Oltra.